EL SERMÓN DEL MONTE 4/ FELICES LOS QUE LLORAN/ MATEO 5



Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. (Mateo 5:4)


En su citado comentario a las bienaventuranzas, William Barclay hace esta paráfrasis contemporánea de las palabras de Jesús:

¡Qué feliz es el hombre cuyo corazón sufre pro el sufrimiento del mundo y por su propio pecado, porque es a partir de este sufrimiento que encontrará el gozo de Dios!

Tiene todo el sentido su paráfrasis y vale la pena explicarla. La palabra griega que se ha traducido por llorar es la más fuerte que existe en ese idioma para expresar el dolor. Sería el dolor que alguien sufre por la pérdida de un ser muy querido; un dolor que no se puede disimular y que inunda los ojos de lágrimas incontroladas. Hay dos posibles causas que nos podrían llevar a experimentar ese tipo de dolor; ambas no son excluyentes entre sí.

La primera vendría dada por nuestra visión del mundo roto y necesitado que el pecado ha generado. Al comprobar el terrorismo, la explotación económica, la opresión política y social, la pobreza, la corrupción, la violencia ejercida hacia tantos colectivos humanos, la trata de personas, la discriminación hacia diferentes colectivos y un largo etcétera, el agente de restauración debe, necesariamente, experimentar un sufrimiento por la contemplación de semejante universo. No puede ser indiferente, no puede quedarse igual.

La segunda causa sería la comprensión de nuestra realidad pecadora, de nuestra miseria total y absoluta ante Dios; nuestra actual inconsistencia y áreas oscuras después, y a pesar, de llevar más o menos años en el seguimiento del Maestro. Hay momentos en que uno tiene plena y total conciencia de su propia maldad y eso nos produce una tristeza, un dolor que nos lleva a llorar –sea literalmente o no- y, consecuentemente al arrepentimiento. Cuando un seguidor de Jesús no llora ante la situación del mundo y su propia situación personal es una señal evidente y peligrosa de debilidad y vulnerabilidad espiritual.

La felicidad de la que habla la bienaventuranza proviene del hecho de que seremos consolados. Cuando lloramos por ver un mundo roto donde el mal es penetrante y, aparentemente omnipotente, sabemos que el Reino de los cielos está presente y cercano y es una cuestión de tiempo que la voluntad de Dios se haga en este mundo del mismo modo que se hace en el cielo. El mal será vencido y este universo será como Dios había pensado desde el principio, no como el pecado lo ha destrozado. Cuando lloramos por nuestro pecado y realidad recordamos, por un lado la gracia que nos acepta a pesar de toda esa miseria; por otro recordamos la promesa que un día seremos semejantes a Jesús; seremos tal y como Él es. Ambas cosas nos producen un consuelo a nuestro saludable dolor.


¿Lloras por tu realidad y la de un mundo roto? Si no es así ¿Qué te lleva eso a pensar acerca de tu grado de sensibilidad espiritual?

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