ONÁN/ OMISIÓN/ GÉNESIS 38
Entonces Judá dijo a Onán: — Cásate con la viuda de tu hermano y cumple con ella tu deber de cuñado dando descendencia a tu hermano. Pero Onán, sabiendo que los hijos no serían reconocidos como suyos, cada vez que tenía relaciones sexuales con la viuda de su hermano derramaba el semen en tierra para no dar descendencia a su hermano. Esta conducta ofendió mucho al Señor, por lo que también a Onán le quitó la vida. (Génesis 38:8-10)
Onán, con su actitud, estaba quebrantando lo que se conocía como la ley del levirato. Esta ley tenía como finalidad dar continuidad al linaje de una persona que había fallecido sin tener descendencia. Los hermanos del difunto eran responsables de fecundar a la viuda y, como indica el pasaje, los hijos que pudieran nacer serían considerados como propios de la persona fallecida. Era una ley que tenía todo el sentido del mundo, pensada para proteger a las viudas que, de otro modo, hubieran quedado desprotegidas.
Onán vio que aquello iba en menoscabo de sus intereses familiares. Si su cuñada tenía descendencia la herencia que él recibiría quedaría mermada y él mismo y su descendencia tendrían menos parte en los bienes de Jacob. Por tanto, accedió a tener relaciones sexuales con su cuñada pero evitó que pudiera quedar embarazada. El texto bíblico nos indica que esta actitud no agradó para nada al Señor quien le quitó la vida.
Leer la historia de Onán y su mezquindad me ha llevado a pensar en el pecado de omisión. Consiste, no en hacer el mal, sino en dejar de hacer el bien posible. Es un pecado mucho más sutil, sibilino, que puede pasar más fácilmente desapercibido y no aparenta tener la misma gravedad que el pecado de acción. Al fin y al cabo no hacemos mal a nadie; el problema es que tampoco hacemos bien a nadie. Santiago, el hermano de Jesús, denuncia este tipo de actitud al afirmar que "quien puede hacer lo bueno y no lo hace peca". Onán omitió hacer el bien que podía porque eso iba contra sus intereses. Ahí radica el problema del pecado de omisión; la necesidad del otro exige de nosotros una acción, una respuesta que altera nuestro frágil y preciado status quo. Una respuesta que puede significar salir de nuestra zona de comodidad, complicarnos la existencia, perder en cualquiera de las dimensiones de la vida, involucrarnos en la realidad del otro. Cosas, todas ellas, que pueden costarnos tiempo, dinero, energía mental, emocional, espiritual, física o una combinación de todas ellas. Omitimos la responsabilidad que tenemos hacia nuestro prójimo y, consecuentemente, pecamos contra él. Incluso nuestros códigos penales recogen como delito la omisión del deber de auxilio. Es decir, cuando alguien puede auxiliar a otra persona en necesidad y deja de hacerlo.
Pienso sinceramente que los seguidores de Jesús debemos revisar nuestras vidas con relación a este pecado. Necesitamos ser más intencionales y proactivos en detectarlo y combatirlo. Su capacidad para camuflarse y pasar desapercibido lo hace necesario.
¿Qué rasgos del pecado de omisión puedes identificar en tu vida?
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