JOSÉ/ PUNTO DE PARTIDA/ GÉNESIS 37
Jacob se estableció en la tierra de Canaán, la tierra donde su padre había residido de manera itinerante. Esta es la historia de la familia de Jacob. José tenía diecisiete años y apacentaba el ganado con sus hermanos, los hijos de Bilhá y Zilpá, concubinas de su padre. El joven solía llevar a su padre noticias del mal comportamiento de sus hermanos. Israel quería a José más que a sus otros hijos, porque lo había tenido cuando ya era anciano, y mandó que le hicieran una túnica de colores. Sus hermanos, al darse cuenta de que era el preferido de su padre, empezaron a odiarlo y a hablarle con malos modos. Un día José tuvo un sueño y se lo contó a sus hermanos, con lo cual les aumentó el odio que le tenían. Les dijo: — Escuchad lo que he soñado. Nos encontrábamos nosotros en el campo atando gavillas. De pronto, mi gavilla se levantó y quedó erguida, mientras que las vuestras se colocaron alrededor y se inclinaron ante la mía. Sus hermanos le respondieron: — ¿Quieres decir que tú vas a ser nuestro rey y que vas a dominarnos? Y el odio que le tenían iba en aumento debido a los sueños que les contaba. (Génesis 37:1-8)
Pienso que uno de los inconvenientes de conocer el final de las historias bíblicas cuando comienzas a leerlas es que se pierde la perspectiva. Uno ve a José como la persona que supo resistir la tentación, fue injustamente tratado, olvidado por aquellos que se beneficiaron de él y que ejerció perdón sobre sus hermanos librando a toda su familia de una muerte segura. José es un héroe, un modelo a imitar, un campeón. Pero sus comienzos tal vez no fueron tan épicos como su final; su punto de partida fue muy diferente.
José crece en una familia que repite disfunciones. Jacob fue un hijo preferido sobre Esaú y, a pesar de todos los problemas que eso generó, no aprendió la lección; repitió el modelo prefiriendo a José por encima de sus hermanos. Esta actitud de Jacob generó, como es natural, hostilidad por parte de sus otros hijos que vieron las preferencias del padre. La túnica de colores debía ser una afrenta continúa para ellos, un símbolo de discriminación.
Pero tampoco parece que José estuviera totalmente exento de culpa. Cuando leo este pasaje de las Escrituras veo a un chivato y un arrogante. Si no conociera el final de la historia, y eso no nublara mi percepción, podría afirmar que José, en mi opinión, comienza con mal pie y no despierta mis simpatías.
Pero precisamente aquí es donde me veo reflejado en la historia de José. Dios nos encuentra y comienza su historia con nosotros en donde estamos, para llevarnos a donde quiere que estemos. José me hace pensar en mi propia historia y cómo el Señor ha trabajado en mí no porque fuera digno de ello; lo ha hecho a pesar de mi total indignidad. Dios siempre trabaja con gente imperfecta para llevar a cabo el proceso -en ocasiones doloroso- de formar en nosotros la imagen de su hijo Jesús.
El punto de partida de José no fue bueno; sin duda necesitó todas las experiencias que vivió para que el Señor pudiera hacer su obra en él; para convertirlo en el José heroico y épico. Así somos nosotros, nuestro punto de partida no fue bueno pero, si dejamos que Dios trabaje en nosotros, hay esperanza. La esperanza que supone el saber que lo que realmente importa no son los puntos de partida sino el destino final. Una esperanza que se ve alimentada cuando recordamos las palabras de 1 Juan 3:3: "Ahora, queridos, somos hijos de Dios, aunque todavía no se ha manifestado lo que hemos de ser. Pero sabemos que el día en que se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es"
¿Cuál fue tu punto de partida? ¿Qué progreso has experimentado desde entonces?
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