ROMANOS/ ROTO/ ROMANOS 7:14-25



En resumidas cuentas, constato la existencia de esta regla: que deseo hacer el bien, pero es el mal lo que me domina. En mi interior humano me complazco en la ley de Dios; en mi cuerpo, sin embargo, experimento otra ley que lucha con los criterios de mi razón: es la ley del pecado que está en mí y me tiene encadenado. (Romanos 7:21-23)


Tal vez una de las grandes victorias del pecado ha sido el diminuir su perfil hasta convertirse en algo aparentemente inocuo, inofensivo, frívolo, carente de peligro. Hacer que le pierdas el respeto y bajes la guardia es una de las victorias que busca cualquier enemigo. Sin embargo, como lo demuestra aquí el apóstol Pablo y cualquiera de nosotros podría dar fe de ello apelando a nuestra propia experiencia, el pecado tiene un increíble poder para destruirnos, destruir nuestras relaciones y destruir nuestro entorno.

Nuestro pecado -el deseo de vivir al margen de Dios, independientemente de Él- nos ha roto, desgarrado interiormente. Ha generado en nosotros una esquizofrenia espiritual ya que, por un lado continuamos siendo capaces de distinguir lo bueno, lo moral, lo ético, lo correcto y por el otro nos vemos abocados al mal, un mal que, a pesar de sus apariencias inocuas, nos destruye. 

¿Qué podemos hacer al respecto? Algunos desarrollan una actitud cínica y se rinden ante el mal usándolo en beneficio propio. Otros siguen ignorándolo como si la ignorancia lo hiciera desaparecer. Aún otros viven en una angustia permanente, una contradicción entre lo que son y lo que quisieran ser. Otros, finalmente, hemos decidido que hay que ponerle remedio al asunto por muy doloroso que sea y eso nos ha llevado a Jesús, el único que puede restaurar esa ruptura.


¿Cuál de todas esas posturas te representa mejor a ti?

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