JESÚS, LA MISIÓN INTEGRAL
Jesús recorría toda Galilea, enseñando en la sinagoga de cada lugar. Anunciaba la buena noticia del reino y curaba a la gente de todas sus enfermedades y dolencias. Se hablaba de Jesús en toda la región de Siria, y le traían a cuantos sufrían de diferentes males, enfermedades y dolores, y a los endemoniados, a los epilépticos y a los paralíticos. Y Jesús los sanaba. Mucha gente de Galilea, de los pueblos de Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la región al oriente del Jordán seguía a Jesús. (San Mateo 4:23-25 DHH)
El concepto de la misión integral no es una novedad y fue, precisamente, desarrollado por pensadores cristianos en América Latina. Tiene que ver con la percepción del ser humano en su totalidad y no únicamente como una alma eterea que precisa ser salvada.
La rebelión del ser humano contra Dios le afectó en todas las dimensiones de su humanidad y no únicamente en la espiritual. Consecuentemente, la salvación tiene que afectar al mismo ser humano en todas las dimensiones que fueron corrompidas por el pecado, de ahí el concepto de salvación integral.
En Jesús vemos claramente ese acercamiento a la persona en su totalidad. El pasaje nos indica que el Maestro anunciaba la buena noticia del Reino y, a la vez, curaba toda enfermedad y toda dolencia del pueblo. El Reino era proclamado -a través de la predicación- y era demostrado -a traveés de las obras sobrenaturales que el Maestro llevaba a cabo.
Si nuestra misión no contiene los dos elementos, la proclamación y la demostración del Reino de Dios simplemente se queda corta y no hace justicia ni es fiel al modelo misional que nos enseñó Jesús. La triste tendencia es caer en uno de los dos extremos, enfatizar la proclamación a expensas de la demostración y viceversa. Ambos errores son fatales y ofrecen una misión sesgada y reducionista.
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