SEGUNDA CARTA DE PABLO A LOS CORINTIOS/ VASIJAS DE BARRO/ 4: 7-15
Pero este tesoro lo guardamos en vasijas de barro para que conste que su extraordinario valor procede de Dios y no de nosotros. (2 Corintios 4:7)
El apóstol Pablo en este pasaje que nos ocupa habla de la excelencia del mensaje del evangelio que, por contraste, ha sido encomendado a simples seres humanos, los seguidores de Jesús, cargados de imperfecciones y gente todavía en un claro proceso de transformación. La consecuencia de todo ello es que lo que debería resaltar es el mensaje y no nosotros, el énfasis debería estar en el poder transformador de Jesús y no en nuestras habilidades, capacidades, moralidad, buenas costumbres, etc. Lo que el apóstol trata de resaltar aquí es el contraste entre el continente -nosotros- y el contenido -el evangelio- y que este contraste lleve a la sorpresa o admiración de cómo es posible que algo tan valioso le haya sido concedido a gente tan incapaz.
Porque lo que quería señalar en este comentario es precisamente el poder y valor apologético que tiene nuestra inmadurez y vulnerabilidad. Hemos caído en el error de creer que hemos de presentarnos ante el mundo con una perfección moral de la que, honestamente, carecemos y que, lejos de acercarnos a las personas -que tampoco se la creen- nos aleja de ellas. Esta falsa perfección nos hace sentir superiores a las personas y, con demasiada frecuencia, caemos en juzgarlas y sentirnos superiores a ellos.
Creo que sería, como dice Pablo, mucho mejor presentarnos como vasijas de barro, gente miserable en la que Jesús está haciendo un trabajo soberbio que implica tiempo y paciencia. Personas que todavía tenemos muchas incoherencias, inconsistencias, contradicciones e imperfecciones pero que, a pesar de todo ello, seguimos en el proceso de llegar a ser el ser humano que Dios tenía en mente y que el pecado hizo imposible.
Como vasijas de barro hemos de acercarnos desde la miseria, no desde la superioridad moral, desde la posición del adicto vulnerable en proceso de recuperación, no del que nunca ha caído en las garras destructivas de una adicción. Desde la compasión del que todavía peca, no desde el desdén del falso santo.
Personalmente, doy gracias a Dios por ser un vaso de barro, imperfecto pero en manos de un buen alfarero y, consecuentemente, capaz de entender el barro sin forma de aquellos que no siguen a Jesús, no los desprecio, me siento identificado con ellos y su miseria que es la mía.
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