DEUTERONOMIO PARTE III/ EL CÓDIGO DEUTERONÓMICO/ CAPÍTULO 18
Cuando hayáis entrado en el país que el Señor tu Dios te va a dar, no imites las prácticas abominables de aquellas naciones. (Deuteronomio 18:9)
Cualquier seguidor de Jesús siempre se mueve entre dos extremos igualmente peligrosos. El primero, es el aislamiento del mundo. Se trata de cerrarse en un gueto y, de esta manera, no contaminarnos de todo lo malo y todos los malos que viven fuera del mismo. Haciendo esto perdemos nuestra capacidad de ser sal y luz en esta sociedad y no somos fieles al deseo de Jesús expresado al Padre con los palabras, "no te pido que los quites del mundo, sino que los guardes del mal".
El segundo, es la imitación del mundo. No se trata de estar en el mundo, se trata de vivir del mismo modo que él vive, asumir su cosmovisión y, consecuentemente, sus valores y sus conductas. Nos volvemos tan similares a la sociedad en la que nos ha tocado servir que perdemos todo constante y, consecuentemente, con ello toda nuestra capacidad profética.
Creo que cada seguidor de Jesús siempre oscila en una tensión de escorar en una u otra dirección. Ninguna de ellas es buena, aunque la primera parezca más piadosa, ninguna de ellas es saludable ni está en línea con lo que Jesús espera de sus seguidores.
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