GÉNESIS PARTE V/EL CICLO DE JOSÉ/CAPÍTULO 46
Esa noche Dios habló a Israel en una visión.
El Señor le habla a Jacob cuando este va de camino hacia Egipto para reunirse con su hijo José y establecerse allá.
Esto me ha hecho pensar acerca del tema de Dios hablando y nosotros escuchando. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento es habitual ver que el Señor habla a través de visiones y sueños. También sucede que aquellos que las reciben, como en el caso de Samuel, no sepan discernir la voz del Señor aunque la escuchen.
La estructura teológica en la que fui educado me enseñó que cuando el canon de la Escritura se complete acabaron los sueños, las visiones y las profecías. No sé de dónde se sacaron esa conclusión los sabios doctores de la iglesia pero, en aquel tiempo, me pareció consistente, así lo creí y, por tanto, nunca esperé que el Señor me hablara por esos medios y siempre sospeché cuando alguien me indicaba que le había sucedido. Afortunadamente hoy me he liberado de esas limitaciones y creo que Dios no tiene la necesidad ni la obligación de someterse a mis esquemas ¿o debería decir prejuicios? teológicos. Por tanto, quiero, y de hecho lo estoy, abierto a que el Señor me hable como quiera.
El otro punto es escuchar, es tener la disponibilidad para identificar la voz del Señor en medio de las muchas voces que pugnan por captar mi atención. Escuchar es un hábito que se aprende. Escuchar implica disposición, disciplina y actitud. Para poder escuchar es preciso una actitud correcta del corazón -disponibilidad a obedecer- y un pararse en el ritmo cotidiano de la vida para poder identificar la voz del Señor.
En un chiste publicado en un diario español aparecía Dios hablando con un ángel. El Señor, con rostro compungido le decía al ángel: el problema no es que yo no hable, el problema es que aquí nadie escucha. Esto nos puede pasar incluso a los seguidores de Jesús, podemos estar demasiado ocupados en nuestros negocios -todos ellos legítimos, por supuesto- como para escuchar la voz del Padre.
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