CUARESMA, DÍA 24
El ciego, arrojando su capa, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le preguntó: —¿Qué quieres que haga por ti? Contestó el ciego: —Maestro, que vuelva a ver. —Marcos 10:50
Preguntarle a un ciego qué es lo que desea parece, sin lugar a dudas, una redundancia total e innecesaria, es evidente lo que un ciego quiere y la pregunta de Jesús carece de sentido o al menos, eso nos puede parecer a nosotros porque nos proyectamos en el cie- go, y es lo que nosotros pediríamos si estuviéramos en su lugar.
Pero, una vez más, las preguntas de Jesús tienen como finalidad llevarnos a una reflexión profunda, algo que se pone de manifiesto una vez que vamos más allá de lo evidente y lo superficial. La pregunta me fuerza a pensar en qué es lo auténticamente importante para mí, qué es lo que yo le pediría a Jesús si me hiciera a mí esa pregunta.
Al enfrentarme a la misma tengo que hacer un repaso de mí mismo y de aquello que más anhelo y deseo por encima de cualquier otra cosa. En mi caso no pediría nada para mí mismo, ni seguridad económica, ni salud, ni más o mejor ministerio, ni nada por el estilo. Pediría para mis hijos, y no necesariamente nada material. Sin duda deseo que puedan, si es posible, vivir sin aprietos económicos y con salud, pero pediría que conocieran y si- guieran a Jesús, porque es lo que más quiero y más deseo para ellos.
Al verme confrontado con la pregunta de Jesús he podido reflexionar sobre mis valores, sobre aquello que considero valioso, sobre lo que quiero, anhelo y deseo. Entiendo mejor que la pregunta de Jesús no es, para nada, superficial y la agradezco.
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