JESÚS, FE DONDE SE SUPONE NO LA HAY
Al oír esto, Jesús se maravilló de él, y volviéndose, dijo a la multitud que le seguía: Os digo que ni aun en Israel he hallado una fe tan grande. Y cuando los que habían sido enviados regresaron a la casa, encontraron sano al siervo. (Lucas 7: 9-10)
En las páginas de los evangelios es difícil ver a Jesús maravillarse por alguna cosa. Hay una situación en la que el Maestro expresa esa respuesta emocional, pero lo hace ante la incredulidad de la gente de Nazaret, sus propios paisanos. Debido a ello no pudo llevar a cabo allí ningún milagro como lo había hecho en otros lugares. En este pasaje Jesús expresa su admiración ante la fe que tiene aquel hombre. Sin embargo, no se trataba de una persona cualquiera. Era un gentil, es decir, alguien que no pertenecía al pueblo escogido y, por tanto, dentro de lo que era el pensamiento teológico judío alguien que estaba destinado a la condenación. Además, para añadir más leña al fuego, era un oficial del ejército romano de ocupación que privaba a Israel de su codiciado reino mesiánico.
Hay una situación similar en la que Jesús también expresa su reconocimiento por la gran fe de una mujer. Curiosamente también se trata de una pagana, una persona de origen sirio y fenicio, habitante de lo que hoy conocemos como Líbano. Esta madre desesperada se enzarza en una discusión con Jesús acerca de la posibilidad o no de que su hija fuera liberada de una posesión demoniaca. Los argumentos del Maestro son sabia y contundentemente contrarrestados por aquella madre en necesidad y el propio Jesús ha de reconocer la fuerza de su manera de proceder y la fe que se halla detrás de la misma.
Lo que quiero expresar por medio de estos dos ejemplo es que Jesús supo ver y reconocer fe allá donde se supone que no la debería de haber encontrado. Ser gentil era mucho más que una cuestión étnica, racial o nacional, era formar parte o no del pueblo escogido por el Señor y, consecuentemente, depositario de sus promesas y su salvación. Pero con frecuencia encontró actitudes más abiertas entre los gentiles que entre los propios judíos. Estos últimos habían desarrollado una falsa seguridad que les llevaba a perder el contacto con las nuevas realidades que Dios anunciaba.
La aplicación es clara. No podemos ni debemos dormirnos en los laureles de pensar que tenemos la verdad, que somos los escogidos y poseedores de la Palabra. No podemos ser tan necios de pensar que somos los únicos y que Dios no tiene pueblo donde nosotros menos lo creemos, pensamos y esperamos. Como el propio Jesús afirmó: "los recaudadores de impuestos y las prostitutas van por delante nuestro en el Reino de los cielos". Centrémonos pues en cuidar de nuestra salvación "con temor y temblor" como afirma la Escritura y no en excluir de la misma a todos aquellos que no encajan en nuestros limitados márgenes teológicos.
¿Qué rasgos de ese tipo de fe hay en tu vida? ¿Cómo encaras los problemas y retos de la cotidianidad?
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