OSEAS/ RENOVADOS/ OSEAS 2:1-3
Los israelitas serán tantos como la arena del mar que no se cuenta ni se mide. Y en aquel lugar no se los llamará más No-Mi-Pueblo, sino Hijos del Dios vivo. 2 Los hijos de Judá y los hijos de Israel se reunirán, tendrán un solo jefe y desbordarán de la tierra porque será grande el día de Jezrael. 3 Llamad a vuestros hermanos: “Ammí” —pueblo mío—, y a vuestras hermanas: “Rujama” —amada mía—. (Oseas 2:1-3)
Visto así este pasaje, como tantos del Antiguo Testamento, parece no tener demasiado sentido. Sin embargo, para su comprensión hay que verlo en su contexto, cosa que es una regla básica de interpretación de cualquier texto bíblico. Aquí el contexto es la infidelidad de Israel. Para demostrar la misma el Señor le pide al profeta que llame a sus hijos -no olvidemos que nacidos de la unión con una prostituta- Lo-Rujama, es decir, no amada y Lo-Ammi, es decir, no mi pueblo. El propósito era hacer patente a Israel que su infidelidad les había apartado del Señor.
El pasaje habla de una promesa de restauración por parte del Señor hacia su pueblo y se plasma en el cambio de nombres, Lo-Ammi, pasará a ser Ammi, es decir, pueblo mío, mientras que Lo-Rujama, será entonces es Rujama, que quiere decir, amada. Aquellos que habían dejado de ser amados y pueblo recibirán de nuevo ambas condiciones.
No hace falta ser un erudito bíblico para poder ver el paralelismo con nosotros y nuestra situación espiritual. Nosotros que no éramos pueblo hemos sido hecho pueblo y aquellos que no éramos hijos hemos recibido esa condición y, además, la condición de herederos de parte del Señor. Pero el paralelismo no acaba aquí, porque tanto Israel en el pasado, como nosotros en el presente, lo hemos recibido única y exclusivamente por medio de la gracia, al margen totalmente de nuestros méritos o cualidades.
¿Cuáles son los beneficios inmerecidos recibidos del Señor?
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