CARTA DE PABLO A LOS CRISTIANOS DE ROMA/ POSIBLES OBJECIONES/ ROMANOS 3:1-8



Pero si nuestra maldad sirve para poner de relieve la bondad de Dios, hablando con lógica humana tendríamos que preguntarnos: ¿No será Dios injusto al descargar su ira sobre nosotros? ¡De ningún modo! Pues ¿cómo podría Dios, en tal caso, juzgar al mundo? (Romanos 3:5)


La gracia pone de manifiesto la bondad de Dios y, para que la gracia se manifieste, es preciso que nuestro pecado sea evidente y produzca ese contraste que significa el ser tratado de forma que no tiene relación con nuestros merecimientos.

El apóstol, en la primera parte del capítulo tres de Romanos y usando el llamado estilo de diatriba, que consiste en responde a las preguntas de un hipotético oponente, responde esta y otras dos objeciones similares.

El punto que aquí se presenta es, nuevamente, la justicia de Dios y su legitimidad para juzgar al mundo y, consecuentemente, para condenarlo. De nuevo, el apóstol, plantea que Dios es justo y, por tanto, no hemos de tener miedo en que su justicia se ejercerá de forma arbitraria. Imagino que todos nosotros estamos tan acostumbrados a sistemas judiciales corruptos que nos cuesta entender que la justicia de Dios pueda ser imparcial, ecuánime y, en definitiva, justa. 

Una vez ejercida la justicia vendrá la gracia y recordemos que esta última se aplica a las personas sin que haya relación con sus méritos ni falta de los mismos. Precisamente eso es lo que distingue a la justicia de la gracia. La primera es meritoria, la segunda carece de la noción de mérito. El mismo Señor que nos trata con justicia para juzgarnos nos trata con gracia para salvarnos. 



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