JESÚS ESTÁ A LA PUERTA

He comenzado, después de mucho tiempo, a leer nuevamente el Apocalipsis. Mi lectura de hoy ha versado alrededor de los mensajes a las siete iglesias de Asia Menor. El último mensaje es el enviado a la iglesia de Laodicea, antigua comunidad cristiana situada en lo que actualmente es Turquía.
En el contexto de este mensaje se encuentra la famosa invitación de Jesús, ¿No ves que estoy llamando a la puerta? Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré en su compañía. (Apolocalipsis 3:20)
Lo que me ha llamado la atención con relación a ese conocido pasaje es que está dirigido a personas que se identifican a sí mismas como cristianas. Nosotros, tradicionalmente hemos usado este texto de la Biblia como una invitación a los no creyentes para que abran la puerta de sus vidas y permitan que Jesús entre. No digo que no sea correcta usarlo de esta manera, ahora bien, está claro que ese no es el propósito primero del pasaje.
Más bien me ha hecho pensar en el deseo de Jesús de tener acceso a aquellas áreas de mi vida, y de la vida de cualquier seguidor suyo, que nosotros mantenemos cerradas y a las que no le permitimos acceder. Ahora que no deseamos que cambie, que ponga orden, que reestructure de acuerdo a su voluntad. No me es difícil pensar en áreas de mi propia vida en que Jesús solicita el permiso para acceder y que depende de mí responder.
En el contexto de este mensaje se encuentra la famosa invitación de Jesús, ¿No ves que estoy llamando a la puerta? Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré en su compañía. (Apolocalipsis 3:20)
Lo que me ha llamado la atención con relación a ese conocido pasaje es que está dirigido a personas que se identifican a sí mismas como cristianas. Nosotros, tradicionalmente hemos usado este texto de la Biblia como una invitación a los no creyentes para que abran la puerta de sus vidas y permitan que Jesús entre. No digo que no sea correcta usarlo de esta manera, ahora bien, está claro que ese no es el propósito primero del pasaje.
Más bien me ha hecho pensar en el deseo de Jesús de tener acceso a aquellas áreas de mi vida, y de la vida de cualquier seguidor suyo, que nosotros mantenemos cerradas y a las que no le permitimos acceder. Ahora que no deseamos que cambie, que ponga orden, que reestructure de acuerdo a su voluntad. No me es difícil pensar en áreas de mi propia vida en que Jesús solicita el permiso para acceder y que depende de mí responder.
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