JESÚS, BAUTISMO
Un día, cuando todo el pueblo se estaba bautizando, también Jesús fue bautizado. Y mientras oraba, el cielo se abrió y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Y se oyó una voz proveniente del cielo: Tú eres mi Hijo amado; en ti me complazco. (Lucas 3:21-22)
Es Lucas quien nos indica que Jesús tenía alrededor de treinta años cuando comenzó su ministerio público. Como ya hemos leído, son muchos años desde su visita a Jerusalén y la primera declaración por su parte acerca de su identidad. Son dieciocho años de callado trabajo en el negocio familiar. Años en los que con toda seguridad la conciencia de su singularidad y su misión fueron paulatinamente creciendo, desarrollando, adquiriendo mayor claridad y precisión. Hemos de entender que si Jesús no comenzó antes su vida pública fue debido a que no tuvo convicción de que ese tiempo hubiera ya llegado.
No es casual que el momento se diera en convergencia con el ministerio de Juan. Si la visita al templo representó un hito en la vida de Jesús, el bautismo por parte de su primo Juan representó el siguiente y significativo mojón en el camino. El ministerio del bautista trajo un avivamiento espiritual en aquellos días. Sabemos por los textos de los evangelios que personas de todo el país se movilizaban para oírlo y ser bautizados por él en señal de arrepentimiento y del deseo de búsqueda de Dios. La expectativa del Mesías crecía y estaba presente. Recordemos la embajada enviada a Juan para que pudiera clarificar si verdaderamente él era el Mesías esperado. El momento espiritual era el adecuado y propicio. Juan había preparado, por decirlo de alguna manera, el escenario para que el protagonista pudiera entrar en escena, pues no en vano él era el precursor. Jesús decide bautizarse, no porque tuviera necesidad de arrepentimiento, sino porque quiere identificarse con aquel movimiento de búsqueda de Dios. ¡Dieciocho años esperando el momento oportuno!
Algo sorprendente sucede durante el bautismo. Dios le habla a Jesús y le confirma su identidad y llamado. No sabemos si esto ya había sucedido con anterioridad. Carecemos de capacidad de conocer que episodios espirituales vivió el Maestro durante esos años de silencio. De lo que si estamos completamente seguros es que ese día hubo una manifestación pública de parte del Padre confirmando quién era Él. Ya he citado con anterioridad a William Barclay, el comentarista de las Escrituras. Cuando escribe sobre este pasaje afirma lo siguiente: "Esta oración compuesta por dos textos. Tú eres mi hijo amado -del Salmo 2:7, que fue siempre aceptado como una descripción del Mesías Rey. En ti tengo complacencia -es parte de Isaías 42:1 y pertenece a una descripción del siervo del Señor cuyo retrato culmina en los sufrimientos de Isaías 53. Por lo tanto en su bautismo Jesús se dio cuenta, en primer lugar, de que era el Mesías el Rey Ungido de Dios; y, en segundo lugar, de que eso no involucraba ni poder ni gloria, sino sufrimiento en una cruz".
Al acabar de escribir estas líneas pensaba en el Jesús que gustosamente aceptó su misión y me preguntaba si nosotros, sus seguidores, aceptamos nuestra identidad y misión de ser agentes de restauración y reconciliación en un mundo roto. Me pregunta si Dios, al mirarme, puede afirmar de mí como lo hizo de Jesús: "en ti me complazco".
¿Podría afirmar eso mismo Dios de ti? ¿Qué cosas hay en tu vida que sabes que no le complacen? ¿Qué vas a hacer al respecto? ¿Cuándo?
En mi búsqueda de la realidad espiritual encuentro muchos aspectos que no coinciden con el propósito original de Dios para mi vida. Continuo acercándome al Maestro para aprender de Èl y seguirle de un manera autentica.
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