EL DESCANSO DE DIOS
Está claro que Josué no introdujo a los israelitas en el descanso definitivo, pues, de haberlo hecho, no se aludiría a “otro día” de descanso después de todo aquello. Por consiguiente, el pueblo de Dios está aún en espera de un descanso, ya que de haber entrado en el descanso de Dios, también él descansaría de todos sus trabajos lo mismo que Dios descansó de los suyos. Esforcémonos, pues, nosotros por entrar en el descanso que Dios ofrece para que nadie perezca siguiendo el ejemplo de aquellos rebeldes. (Hebreos 4:8-11)
El desconocido autor del libro de los Hebreos utiliza la primera parte del capítulo cuatro para hablarnos del descanso de Dios. Con esa palabra describe tres realidades diferentes: primera, el llevado a cabo por el Señor después de haber concluido el proceso creativo. Segunda, la entrada del pueblo de Israel en la tierra prometida, que se convierte de este modo en una analogía de la tercera realidad, el descanso definitivo que Dios ofrece a su pueblo y que está todavía por materializarse.
El escritor nos indica que toda una generación, como bien ya sabemos, no alcanzó el descanso de Dios en Palestina debido a su incredulidad y dureza de corazón. No confiaron en el Señor y su capacidad de ayudarles a superar los obstáculos que los espías enviados explicaron en su informe. Nos advierte que a nosotros podría pasarnos lo mismo, que nuestra incredulidad y desconfianza en Dios nos pudiera apartar de gozar de ese descanso que Canaán simplemente ilustra. Pero también pensando en el día a día, en la cotidianidad, nuestra incredulidad puede impedirnos experimentar el descanso y la paz de Dios en medio de las tensiones, los retos, los desafíos, las angustias y las tormentas de la vida. El descanso del Señor es una realidad eterna que, sin embargo, tenemos el privilegio y la responsabilidad de comenzar a experimentar ya.
Piensa en tu vida ¿Qué realidades estás viviendo que precisan de la experiencia del descanso de Dios?
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