JESUS, ENTRE NOSOTROS



Y la Palabra se encarnó y habitó entre nosotros. (Juan 1:14)


No es raro en las mitologías que haya seres humanos que acaban divinizados; es singular, sin embargo, el hecho de que Dios se humanice, se vuelva como uno de nosotros y camine y habite en medio nuestro. Jesús supone una visión radicalmente diferente, un giro de 180 grados, un nuevo paradigma de como estábamos acostumbrados a pensar acerca de Dios y concebirlo. El original griego del texto de Juan transmite la idea de un nuevo vecino que se ha mudado a nuestro barrio, a nuestro bloque de apartamentos, a nuestra urbanización. Es uno más dispuesto a compartir con todos nosotros la realidad humana, vivirla y experimentarla de primera mano, no desde la distancia remota del centro del universo.

Cuando leo las páginas de los evangelios veo a Jesús interactuando con nosotros a nuestro nivel, en la vida cotidiana. Su ministerio no se desarrolla ni en el templo ni en la sinagoga (aunque, sin duda, visita ambos), se lleva a cabo en el banco de los tributos, en muchas cenas y comidas, al aire libre, en los lugares donde la gente trabaja, se reúne, discute, habla. En definitiva, donde la gente está. Es como si Dios quisiera liberarse de la prisión de los templos para sumergirse en la cotidianidad, en la vulgaridad de la vida. Y nosotros seguimos empeñados en encerrarlo en iglesias y santuarios. Nos esforzamos por desconectarlo de nuestro diario vivir y hacer de Él una reliquia a la que se le concede un lugar y un tiempo determinado. Dios, como afirmaba un cantante cristiano español, debe ser bajado de las nubes y llevado a las fábricas donde trabajamos. 

Parece ser que hemos hecho un fantástico trabajo al respecto. Seguimos insistiendo en que hay que ir a la iglesia para encontrarnos con Él. Nuestro propio lenguaje nos traiciona al considerar el lugar de reuniones como casa de Dios. Me imagino a Jesús mortalmente aburrido durante toda la semana hasta que llegan esos pocos espacios en que nos encontramos con Él. Entonces cambia nuestra cara, nos volvemos místicos, cerramos ojos, levantamos manos y... nos olvidamos de encontrarnos con Él en la fábrica, la oficina, la universidad, la escuela, el hogar, el bus, el taxi, el camino. Hemos olvidado el sentido y valor de la encarnación. Perdimos de vista que Él ha tomado la iniciativa de venir a nosotros y compartir con nosotros cada momento de nuestra vida cotidiana. Parece que no tenga ningún sentido que viva en nosotros por medio del Espíritu Santo y, consecuentemente, haya donde estemos está El. 

Necesitamos recobrar -o tal vez generar- una teología de la vida vulgar y cotidiana. Recobrar la santidad y sentido misional del trabajo. Aprender a reconocer y encontrarnos con Jesús en la vida de cada día. Liberarlo del secuestro de la iglesia.


¿Cuán a menudo reconoces y te encuentras con Jesús en el día a día?

Comentarios

  1. Perfectamente explicado De. Felix, es la idea que damos con nuestras reuniones en las mal llamadas "iglesias". Quiero crecer más en encontrarme con Jesús en la cotidianidad de la vida. Si con ese frescor que mencionas. Buscarle a Él en cada detalle de la realidad de la existencia, mía y de los demás.

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