SALMO 79. ¿QUÉ HACER CON EL PECADO?

Socórrenos, Dios Salvador nuestro,
por el honor de tu nombre;
líbranos y perdona nuestros pecados,
en atención a tu nombre.


La lectura de este salmo nos indica que fue compuesto en el contexto del asedio, caída, destrucción de Jerusalén y del templo y el posterior destierro. Las diferentes estrofas ilustran distintos aspectos de este episodio dramático y traumático de la historia del pueblo de Dios.

La primera, describe la destrucción y desolación total de la ciudad santa. La segunda, pregunta al Señor ¿hasta cuando estará enojado con su pueblo? ya que el escritor es consciente que ha sido el pecado de Israel el que ha provocado la justa retribución de Dios.

La tercera, muestra un reconocimiento del pecado y una petición de perdón. El pueblo no desea continuar siendo avergonzado por sus enemigos. La última, como en tantos otros salmos, hay una petición de castigo hacia los paganos.

Nada más leerlo y, probablemente, porque Dios me ha estado hablando en varias ocasiones estos días acerca de mi pecado, mi atención se ha centrado precisamente en ese tema, el pecado, la gravedad del mismo y qué hacer con él.

El pecado siempre produce muerte en el sentido más amplio del término. Produce ruptura, corrupción, violencia, enfrentamientos, destrucción. Mi pecado produce una espiral de maldad que me separa de Dios, me rompe interiormente y rompe mi relación con otros. No hay ni un sólo pecado que no produzca, al menos, estas tres rupturas.

Sin embargo, al pensar en mi propia experiencia, me doy cuenta la frivolidad con la que trato el pecado. Mi corazón engañoso me lleva a no tener la capacidad de identificarlo como tal, a ignorarlo, a no darle la gravedad que tiene y a cargarnos de justificaciones y razones para permitirlo en nuestras vidas.

Además, trístemente, el pecado nos produce un morboso placer, el placer del que juega con la muerte sin darse cuenta que esta lo esta destruyendo. ¿No es esto lo que le pasa a cualquier adicto a cualquier sustancia adictiva? El pecado, como cualquier otro tipo de adicción nos mata y causa sufrimiento, pero no únicamente a nosotros, también a todo nuestro entorno, amigos, familia, miembros de la comunidad de fe.

La única esperanza es ser honestos, realistas y conscientes del pecado y de todos los efectos que nos causa a nosotros mismos y a otros. Venir con todo ello delante de la presencia de Dios, pedir perdón y estar dispuestos a cambiar y abandonar nuestros hábitos de destrucción.

Un principio

El pecado destruye tu relación con Dios, te destruye interiormente y destruye a otros. La honestidad, la confesión y el arrepentimiento es el único camino a la libertad.

Una oración

Hoy es un buen momento para considerar nuestra vida y volvernos en arrepentimiento y confesión a Dios.

Comentarios

  1. Señor, mi propósito es agradarte siempre, pero tu sabes mejor que yo mis debilidades, perdona mis errores y dame luz para distinguir lo que puede ser infidelidad hacia ti.

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