JESÚS, LLENO DE GRACIA Y VERDAD
Y la Palabra se encarnó y habitó entre nosotros; y vimos su gloria, la que corresponde como Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. (Juan 1:14)
Alcohólicos Anónimos y cualquier otro grupo de ayuda que acompaña a las personas en los procesos de lucha contra las adicciones, afirman que la sanación no es posible hasta que la persona no acepta plena y totalmente su verdad y la responsabilidad que de ella se deriva. Hay un momento en que clara y abiertamente se ha de afirmar que se es dependiente del alcohol y que esa dependencia no sólo afecta a la persona sino a todo su entorno. Esa verdad se ha de aceptar sin excusas, justificaciones o racionalizaciones. Uno es responsable. La culpa no la tienen los demás, las circunstancias, la vida, los padres, etc. Hay muchas cosas que probablemente pueden explicar pero nunca justificar la verdad. Pero esa verdad es, con demasiada frecuencia, muy dura de aceptar, incluso dolorosa. Esa es la razón por la cual el adicto genera todo tipo de procesos de negación y racionalización. Trata de convencerse a sí mismo pues ya ha perdido, aunque lo intente, la capacidad de convencer a otros.
Me doy cuenta que algo similar sucede con Jesús y nuestra relación con Él. El texto de Juan que menciono afirma que vino lleno de gracia y verdad. Me gustaría explicarlo. Jesús viene lleno de verdad. El encuentro con el Maestro pone de manifiesto la realidad, la verdad acerca de nosotros mismos. Él es luz y la presencia ante la luz saca a relucir todo lo que hay. La luz no crea nada, simplemente revela. No es de extrañar, como afirma Juan en su evangelio, que cuando la luz vino al mundo nosotros preferimos las tinieblas antes que aquella.
¿Qué hacer ante esa verdad acerca de nosotros mismos que nos muestra Jesús? Pues lo mismo que hace un adicto, podemos aceptarla y asumir plena responsabilidad por la misma o, por el contrario, podemos negarla, justificarla, racionalizarla. Pero, como en el ejemplo del alcohólico, no hay esperanza de liberación hasta que no hay plena asunción de responsabilidades. Pero aceptar esa realidad puede ser tremendamente doloroso. Reconocer, entre otras cosas, cómo somos, qué pensamos, qué deseamos, qué nos motiva, nuestras acciones y nuestras omisiones, puede ser mucho más de lo que podamos soportar. Preferimos una versión editada y políticamente correcta de nosotros mismos con la que podamos convivir antes que reconocer y ponerle nombre y apellidos al monstruo que hay dentro de nosotros. Sin embargo hay que reconocer y aceptar nuestra verdad. Por eso Jesús usa esa terapia de choque. Nos confronta con nuestra realidad pura y dura, de manera brutal, sin anestesia. Lo hace porque es plenamente consciente que sin la verdad no hay posibilidad de liberación y sanación.
¿En qué fase de tu vida estás, justificación, racionalización, negación, proyección? ¿Qué dolor te impide aceptar tu verdad?
En la aceptación y la sanción.
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